viernes, 14 de octubre de 2011

DEDYLE CURSO 2011-12

DEDYLE 23 de septiembre de 2011




HUELGA EN LA BIBLIOTECA

«-Psss, psss... ¿Estás durmiendo?
-¡Cómo voy a dormir con tu dichoso "psss, psss"!
-Bueno, hombre, tampoco es para ponerse así... Vamos, digo yo.
¿Quiénes serían los dos personajes que así hablaban? Os lo voy a decir enseguida; se trataba ni más ni menos que de dos libros. Sí, sí, habéis leído bien; también los libros tienen derecho a hablarse entre ellos, ¿no os parece? Estos dos vivían en la biblioteca de uno de los barrios de la ciudad.
-Bien, dime de una vez qué es lo que quieres.
-No, si te vas a poner así, no digo nada.
-Me estás poniendo nerviosísimo... ¡Habla de una vez!
La voz exaltada de El árbol fantástico provocó un revuelo general en las muchas estanterías de la biblioteca.
-Pero, ¿qué es lo que ocurre aquí? -preguntó El viejo libro de la sabiduría.
Todos los habitantes de la biblioteca respetaban mucho a El libro de la sabiduría, por eso, al oír su voz, cesaron inmediatamente los murmullos. Sólo El árbol fantástico se atrevió a contestar.
-Todo empezó con un "psss, psss".
-¿Con un "psss, psss"?... No entiendo nada.
-Es muy simple. Lo que ocurre es que nuestro joven Aventuras en el mar parece no darse cuenta de que cuando reina un ambiente de silencio en la biblioteca es que debe de haber una buena razón para ello y que, por lo tanto, no conviene levantar la voz.
Aventuras en el mar intentó defenderse, pero sus quejas fueron ahogadas por la voz de El árbol fantástico, quien parecía no querer ceder la palabra a nadie.
-Comprendo que casi acabas de llegar y que por eso no conoces nuestras costumbres, pero tienes que entender que aquí nos gusta mucho el silencio.
No, el inquieto Aventuras en el mar no podía comprender aquello, y cuando por fin le dejaron hablar intentó explicar sus ideas.
-¿Y cómo es que no os aburrís? Yo siempre he creído que las bibliotecas eran unas ciudades visitadas por muchos humanos que buscaban en nosotros, los libros, historias que les abrieran a otros mundos.
-Y así es -afirmó El viejo libro de la sabiduría.
-Entonces, ¿por qué nadie viene a esta biblioteca?"
La pregunta de Aventuras en el mar dejó a todos sin saber qué decir. Era verdad, hacía mucho tiempo que apenas nadie visitaba la biblioteca; tan sólo alguna que otra persona acudía con deseos de leer lo que otros hombres y mujeres habían escrito algún día.
-Tienes razón, joven Aventuras en el mar, pero esto no siempre ha sido así -contestó El viejo libro de la sabiduría-. Antes venían muchos visitantes y apenas parábamos un momento en nuestros sitios, ofreciendo lectura a todos los que acudían.
Si esto había sido así alguna vez, Aventuras en el mar no podía comprender lo que podía haber pasado para producirse este cambio.
-Bueno -volvió a hablar El viejo libro de la sabiduría-,supongo que si preguntas a los humanos, ellos contestarán dándote muchísimas razones, y casi todas coincidirán en que no tienen tiempo. (...)»
BUHIGAS, María Fernanda: Huelga en la Biblioteca. Dirección General de Publicaciones del CNCA/Montena, 1991, ISBN 970-05-0112-4.



DEDYLE 30 de septiembre de 2011

El secreto de la muerta
Lafcadio Hearn



Hace mucho tiempo, en la provincia de Tamba, vivía un rico mercader llamado Inamuraya Gensuké. Tenía una hija llamada O-Sono. Como ésta era muy bonita y sagaz, el mercader juzgó inoportuno brindarle sólo la exigua educación que podían ofrecerle los maestros rurales; la confió, pues, a unos servidores fieles y la envió a Kyõto, para que allí adquiriera las gráciles virtudes que suelen exhibir las damas de la capital. En cuanto la muchacha completó su educación, fue cedida en matrimonio a un amigo de la familia paterna, un mercader llamado Nagaraya, y con él compartió una dicha que duró casi cuatro años. Sólo tuvieron un hijo, un varón, pues O-Sono cayó enferma y murió después del cuarto año de matrimonio.
En la noche siguiente al funeral de O-Sono, su hijito dijo que la madre había vuelto y que estaba en el cuarto de arriba. Le había sonreído, pero sin dirigirle la palabra: el niño se había asustado y había emprendido la fuga. Algunos miembros de la familia subieron al cuarto que había pertenecido a O-Sono, y no poco se asombraron al ver, a la luz de una pequeña lámpara que ardía ante un altar en el cuarto, la imagen de la muerta. Parecía estar de pie ante un tansu, o cómoda, que aún contenía sus joyas y atuendos. La cabeza y los hombros eran nítidamente visibles, pero de la cintura para abajo la imagen se esfumaba hasta tornarse invisible; semejaba un imperfecto reflejo, transparente como una sombra en el agua.
Todos se asustaron y abandonaron la habitación. Abajo se consultaron entre sí; y la madre del esposo de O-Sono declaró:
-Toda mujer siente predilección por sus pequeñas cosas, y O-Sono le tenía gran afecto a sus pertenencias. Acaso haya vuelto para contemplarlas. Muchos muertos suelen hacerlo... a menos que las cosas se donen al templo de la zona. Si le regalamos al templo las ropas y adornos de O-Sono, es probable que su espíritu guarde sosiego.
Todos estuvieron de acuerdo en hacerlo tan pronto como fuera posible. A la mañana siguiente, por tanto, vaciaron los cajones y llevaron al templo las ropas y los adornos. Pero O-Sono regresó la próxima noche y contempló el tansu tal como la vez anterior. Y también volvió la noche siguiente, y todas las noches se repitió su visita, que transformó esa casa en una morada del temor.
La madre del esposo de O-Sono acudió entonces al templo y le contó al sumo sacerdote lo que había sucedido, pidiéndole que la aconsejara al respecto. El templo pertenecía a la secta Zen, y el sumo sacerdote era un docto anciano, conocido como Daigen Oshõ.
Dijo el sacerdote:
-Debe haber algo que le causa ansiedad, dentro o cerca del tansu.
-Pero vaciamos todos los cajones -replicó la anciana-; no hay nada en el tansu.
-Bien -dijo Daigen Oshõ-, esta noche iré a la casa y montaré guardia en el cuarto para ver qué puede hacerse. Den órdenes de que nadie entre a la habitación mientras monto guardia, a menos que yo lo requiera.
Después del crepúsculo, Daigen Oshõ fue a la casa y comprobó que el cuarto estaba listo para él. Permaneció allí a solas, leyendo los sûtras; y nada apareció hasta la Hora de la Rata. Entonces la imagen de O-Sono surgió súbitamente ante el tansu. Su rostro denotaba ansiedad, y permaneció con los ojos fijos en el tansu.
El sacerdote pronunció la fórmula sagrada prescrita para tales casos, y luego, dirigiéndose a la imagen por el kaimyõ de O-Sono le dijo:
-Vine aquí para ayudarte. Quizá haya en ese tansualgo que despierta tu ansiedad. ¿Quieres que te ayude a buscarlo?
La sombra pareció asentir mediante un leve movimiento de cabeza; el sacerdote se incorporó y abrió el cajón de arriba. Estaba vacío. A continuación, abrió el segundo, el tercero y el cuarto cajón; hurgó detrás y encima de cada uno de ellos; examinó con cuidado el interior de la cómoda. No halló nada. Pero la imagen permanecía erguida, con tanta ansiedad como antes. “¿Qué querrá?”, pensó el sacerdote. De pronto se le ocurrió que acaso hubiera algo oculto debajo del papel que revestía los cajones. Levantó el forro del primer cajón: ¡nada! Pero debajo del forro del cajón inferior halló algo: una carta.
-¿Era esto lo que te inquietaba? -preguntó.
La sombra de la mujer se volvió hacia él, con su lánguida mirada en la cara.
-¿Quieres que la queme? -preguntó Daigen Oshõ.
Ella se inclinó ante él.
-Esta misma mañana será quemada en el templo-prometió el sacerdote-, y nadie la leerá salvo yo.
La imagen sonrió y se disipó.
Rompía el alba cuando el sacerdote bajó las escaleras, a cuyo pie la familia lo aguardaba expectante.
-Cálmense -les dijo-, no volverá a aparecer.
Y la sombra, en efecto, jamás regresó.
La carta fue quemada. Era una carta de amor redactada por O-Sono en la época de sus estudios en Kyõto. Pero sólo el sacerdote se enteró de su contenido, y el secreto murió con él.
FIN


DEDYLE 7 de octubre de 2011


La casa encantada


Una joven soñó una noche que caminaba por un extraño sendero campesino, que ascendía por una colina boscosa cuya cima estaba coronada por una hermosa casita blanca, rodeada de un jardín. Incapaz de ocultar su placer, llamó a la puerta de la casa, que finalmente fue abierta por un hombre muy, muy anciano, con una larga barba blanca. En el momento en que ella empezaba a hablarle, despertó. Todos los detalles de este sueño permanecieron tan grabados en su memoria, que por espacio de varios días no pudo pensar en otra cosa. Después volvió a tener el mismo sueño en tres noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante en que iba a comenzar su conversación con el anciano.
Pocas semanas más tarde la joven se dirigía en automóvil a una fiesta de fin de semana. De pronto, tironeó la manga del conductor y le pidió que detuviera el coche. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño.
-Espéreme un momento -suplicó, y echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole alocadamente.

Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondía a su impaciente llamado.
-Dígame -dijo ella-, ¿se vende esta casa?
-Sí -respondió el hombre-, pero no le aconsejo que la compre. ¡Un fantasma, hija mía, frecuenta esta casa!

-Un fantasma -repitió la muchacha-. Santo Dios, ¿y quién es?
-Usted -dijo el anciano, y cerró suavemente la puerta.

Anónimo europeo

FIN


DEDYLE 14 de octubre de 2011


Ignorancia

Dos amigos no demasiado inteligentes habían decidido hacer una marcha y dormir en un establo. Caminaron durante toda la jornada. Al anochecer se alojaron, como tenían previsto, en un establo del que previamente tenían noticias. Estaban muy cansados y durmieron profundamente; pero, de madrugada, una pesadilla despertó a uno de los amigos. Zarandeó a su compañero, despertándolo, y le dijo:
-Sal fuera y dime si ha amanecido. Comprueba si ha salido el sol.
El hombre salió y vio que todo estaba muy oscuro. Volvió al establo y explicó:
-Oye, está todo tan oscuro que no puedo ver si el sol ha salido.
-¡No seas idiota! -exclamó el compañero-. ¿Acaso no puedes encender la linterna para ver si ha salido?


FIN
Anónimo hindú
DEDYLE 21 de octubre de 2011

Las cosas son o no son, eso lo sabe cualquiera, por eso casi me muero de la risa cuando mi tía me dijo que en ese lugar había un fantasma que se comía a los que no querían ir a la escuela. Cualquier persona con un poco de sentido común sabe que los fantasmas, que ni siquiera existen, mucho menos pueden tener hambre.
El lugar del que os hablo es una casa grande, de paredes amarillas; tiene una puerta de madera cerrada con candado y un letrero que hace ruido cuando sopla el viento.
Cuando aprendí a leer pude descifrar lo que decía ese letrero: TEATRO.  Cuando leí todavía más rápido, busqué también esa palabra en el diccionario.  Decía: “Teatro: Lugar donde se hace teatro”, pero como esto no me aclaró nada, esta tarde, yendo para la escuela, vi un cristal roto de una ventana del edificio y decidí comprobar personalmente qué clase de lugar era éste.  Ya dentro caminé algunos metros, todo estaba oscuro.  De repente, una sombra se movió detrás de una cortina.
Di unos pasos: la sombra dio unos pasos también.  Me di vuelta para ver de dónde provenía y solamente vi la ventana de los cristales rotos.  Casi me muero de risa otra vez.  Era yo, es decir, mi sombra, mi propia sombra, detrás de las cortinas.
Decidí salir y volver a la escuela, porque de todas maneras, ahí me divierto bastante aprendiendo cosas que sí son verdaderas.
Trepé otra vez a la ventana teniendo cuidado de no cortarme con los cristales.  Pero antes de salir escuché una voz desde la oscuridad:
-Déjame vivir un instante más-.

Casi me caigo de la ventana.

Era un horrible fantasma.

Cómo hacer teatro (sin ser descubierto)

DEDYLE 28 de octubre de 2011


LA PATA DE MONO
Basado en la historia de W.W.Jacobs
  
A Jorge le encantaban los videojuegos. Cuando salía del colegio, sus compañeros de clase se quedaban en el patio jugando a fútbol o al baloncesto; él, en cambio, se iba corriendo a casa para sentarse en el sofá, empuñar el mando de la consola y pasarse cinco o seis horas ante el televisor interpretando a un cazador de dragones, un soldado de la Segunda Guerra Mundial o un animalejo eléctrico encerrado en una bola.
El día de su cumpleaños era uno de los preferidos de Jorge. Sus padres, sus abuelos, sus tíos, sus primos y sus amigos le regalaban siempre un mando nuevo, un juego nuevo, un cojín nuevo para el sofá... Aquel año, le esperaba una divertida fiesta con todos sus familiares tocados con gorritos de colores, serpentinas, una comida suculenta y una tarta de cumpleaños de ensueño.
Llegó por fin la hora de los regalos. Abrió el de su madre, y vio desencantado que se trataba de un chándal. Su padre le regaló una bicicleta, su tía preferida un balón de fútbol, su prima una camiseta de deporte... Al acabar de abrir los regalos no pudo esconder su desesperación: nadie le había regalado el nuevo videojuego del fontanero que rescata princesas que acababa de salir a la venta. Se fue a su habitación y empezó a llorar desconsolado.
Por la noche, su abuelo le pidió que lo acompañase a su habitación.
—Hijo, ya sé que no te han regalado lo que querías, pero no me gusta verte llorar —lo consoló el abuelo—. Mira, ¿por qué no escoges lo que más te guste de mi habitación y te lo regalo?
Como su abuelo había sido marinero, tenía muchos recuerdos de distintos lugares de mundo: una caracola en la que se oía el sonido del mar, una estatuilla con un dios de seis brazos, una pata de mono con tres dedos levantados... Se acercó a ésta y la cogió. El tacto era extraño; era peluda y algo áspera, pero le gustaba.
—¡Quiero esto, abuelo! —exclamó el niño.
—No, hijo... Cualquier cosa de mi habitación, excepto la pata de mono. Tiene poderes, ¿sabes?
A Jorge le brillaron los ojos... ¡Una pata de mono mágica!
—¿Qué poderes tiene? —preguntó.
—Te concede tres deseos —respondió su abuelo—, pero tienes que ir con cuidado, porque cada deseo puede tener consecuencias...
Pero Jorge no escuchó la advertencia de su abuelo. Corrió a su cuarto, se sentó encima de la cama, agarró la pata de mono con las dos manos y pidió:
—Quiero dinero suficiente para comprar el videojuego del fontanero.
Uno de los tres dedos de la pata de mono se cerró... pero no sucedió nada más. ¿Y si su abuelo se había inventado lo de la magia? ¿Y sí era una pata disecada cualquiera?... ¿Y si tan sólo tenía que esperar al día siguiente?
Al día siguiente fue al colegio, y volvió corriendo a casa para comprobar si su deseo se había cumplido. Su madre lo esperaba con unos cuantos billetes.
—Hijo, toma algo de dinero para que te compres lo que más te guste.
¡El deseo se había hecho realidad! Jorge entró en casa loco de contento, pero se quedó petrificado al descubrir que habían desaparecido las consolas y los videojuegos de las estanterías.
—He vendido todos tus videojuegos —le explicó su madre—, tienes que empezar a hacer algo de ejercicio. El dinero es lo que he sacado de venderlos.
Jorge se puso a llorar. Quería su deseo, pero no a costa de todo eso... ¡Su madre se iba a enterar por haberle vendido todos los juegos! Todavía le quedaban dos deseos por pedir a la pata de mono.
—Quiero tener en casa todos los videojuegos del mundo —pidió, y la pata de mono cerró el segundo dedo.
Al día siguiente, al volver a casa, encontró a sus padres y a su abuelo llorando desconsoladamente delante de casa, tras una valla que decía «Prohibido el paso».
Delante había una grúa con una bola de demolición.
—¿Qué pasa, mamá? —preguntó Jorge.
—Van a derribar nuestra casa para edificar un almacén que contenga todos los videojuegos del mundo —sollozó su madre—. Y no tenemos ningún sitio en el que quedarnos... Tendremos que dormir debajo de un puente.
Jorge se dio cuenta de que él había creado todo aquello con sus deseos, y que como le había advertido su abuelo, pedir deseos tenía consecuencias... Pero todavía le quedaba un tercer deseo. Pasó corriendo junto a sus padres, saltó por encima de la valla que decía «Prohibido el paso», y se coló dentro de su casa. Fue hasta su habitación y agarró la pata de mono.
¡PUM! Las paredes temblaron. Por la ventana vio como la bola de demolición se balanceaba... y se dirigía hacía él.
¡PUM! Se hizo una grieta en la pared, el techo empezó a desmoronarse encima de él, y Jorge, presa del pánico, exclamó:
—Que todo sea como antes de mi cumpleaños. —Y la casa se derrumbó.

Cuando Jorge despertó, se encontró en su cama. La pared estaba intacta, y no había ni bulldozers ni grúas en la calle. Miró el calendario de la mesilla de noche y vio que volvía a ser el día de su cumpleaños. Su tercer deseo se había hecho realidad.

Carles Múñoz Miralles, Cuentos de Halloween
DEDYLE 4 de noviembre de 2011
El fantasma provechoso
Daniel Defoe

Un caballero rural tenía una vieja casa que era todo lo que quedaba de un antiguo monasterio o convento derruido, y resolvió demolerla aunque pensaba que era demasiado el gusto que esa tarea implicaría. Entonces pensó en una estratagema, que consistía en difundir el rumor de que la casa estaba encantada, e hizo esto con tal habilidad que empezó a ser creído por todos. Con ese objeto se confeccionó un largo traje blanco y con él puesto se propuso pasar velozmente por el patio interior de la casa justo en el momento en que hubiera citado a otras personas, para que estuvieran en la ventana y pudiesen verlo. Ellos difundirían después la noticia de que en la casa había un fantasma […]
Como lo esperaba, la estratagema dio resultado. Alguna gente fantasiosa, teniendo noticia de lo que pasaba y deseando ver la aparición, tuvo la ocasión de hacerlo y la vio en la forma en que usualmente se mostraba […]
Inmediatamente se empezó a decir que en la casa había dinero escondido, y el caballero esparció la noticia de que él comenzaría a excavar, seguro de que la gente se pondría muy ansiosa de que así se hiciera […]
Al fin, alguna gente de la villa vecina […] comenzó a preguntarse si el buen hombre les permitiría excavar, porque sin duda había allí dinero escondido. Pues, si él consentía en que ellos lo cogieran si lo encontraban, excavarían y lo encontrarían aunque tuvieran que excavar toda la casa y tirarla abajo.
El caballero replicó que no era justo que excavaran y tiraran la casa abajo, y que por eso obtuvieran todo lo que encontraran […]  Pero que él autorizaba esto: que ellos acarrearían todos los escombros y los materiales que excavaran y aparecían los ladrillos y las maderas en el terreno vecino a la casa, y que a él le correspondería la mitad de lo que encontraran.
Ellos consintieron y comenzaron a trabajar. El espíritu o aparición que rondaba al principio pareció abandonar el lugar, y lo primero que demolieron fue los caños de las chimeneas, lo que significó un gran trabajo. Pero el caballero, deseoso de alentarlos, escondió secretamente veintisiete piezas de oro antiguo en un agujero de la chimenea que no tenía entrada más que por un lado, y que después tapió.
Cuando llegaron hasta el dinero, los ilusos se engañaron totalmente y se maravillaron sin querer razonar. Por casualidad el caballero estaba cerca, pero no exactamente en el lugar, cuando se produjo el hallazgo, cuando lo llamaron. Muy generosamente les dio todo, pero con la condición que no esperaran lo mismo de lo que después encontraran.
En una palabra, este mordisco en su ambición hizo trabajar a los campesinos como burros y meterse más en el engaño. Pero lo que más los alentó fue que en realidad encontraron varias cosas de valor al excavar en la casa, las que tal vez habían estado escondidas desde el tiempo en que se había construido el edificio, por ser una casa religiosa. Algún otro dinero fue encontrado también, de modo que la continua expectación y esperanza de encontrar más de tal manera animó a los campesinos, que muy pronto tiraron la casa abajo. Sí, puede decirse que la demolieron hasta sus mismas raíces, porque excavaron los cimientos, que era lo que deseaba el caballero, y que le hubiera  llevado mucho dinero hacer.
No dejaron en la casa ni la cueva para un ratón. Pero, de acuerdo con el trato, llevaron los materiales y apilaron la madera y los ladrillos en un terreno adyacente como el caballero lo había ordenado, y de manera muy pulcra.
Estaban tan persuadidos […] que nada podía detener la ansiedad de los campesinos por trabajar, como si las almas de las monjas y frailes, o quien quiera que fuera que hubiera escondido algún tesoro en el lugar, […] no pudiera descansar […]  o pudiera haber algún modo de encontrarlo después de tantos años […]

FIN
                                                                                                             (Adaptación)

DEDYLE 11 de noviembre de 2011
El lobo que cree que la Luna es queso
Anónimo español
Andaba el lobo muy hambriento y ya no sabía qué hacer para comerse algún animal. De pronto, se encontró con la zorra y le dijo:
-Oiga usted, señora zorra, me la voy a comer.
Y la zorra le dijo:
-Pero mire usted que estoy muy flaca. No soy más que huesos y pellejos. Tengo que darles de mamar a mis cuatro cachorros y apenas hallo bastante para crear leche para ellos.
-¡No me importa! -dijo el lobo.
Iba a darle la primera mordida, cuando la zorra le dijo:
-Deténgase usted, por Dios, señor lobo. Mire que yo sé dónde vive un señor que tiene un pozo lleno de quesos.
Y se fueron la zorra y el lobo a buscar los quesos. Llegaron a una casa, pasaron unas tapias y encontraron el pozo donde  la Luna se reflejaba en el agua y parecía un queso. La zorra se asomó al pozo y le dijo al lobo:
-¡Ay, amigo lobo, qué  queso tan grande! Mire, asómese usted.
El lobo se asomó  y viendo la Luna,  creyó que era un queso gigante. Pero el lobo sospechoso le dijo a la zorra:
-Pues bueno, amiga zorra, entre usted por el queso.
La zorra se metió en uno de los cubos y entró por el queso. Y desde abajo le gritaba al lobo:
-¡El queso es muy grande! ¡No puedo con él! Venga usted a ayudarme a subirlo.
-¿Cómo voy a entrar? -decía el lobo- Súbalo usted sola.
-Y la zorra le dijo:
-Pero no sea usted torpe. Métase en el otro cubo y verá como así entra fácilmente.
La zorra se metió entonces en el cubo en que había bajado. Y el lobo se metió en el otro cubo y, como pesaba más, se deslizó para abajo y la zorra subió para arriba. Y ahí se quedó el lobo buscando el queso, y la zorra se fue muy contenta a ver a sus cachorros.

(Adaptación)
DEDYLE 18 de noviembre de 2011

SOL Y SOMBRA

Beatriz Berrocal Pérez


El niño aprendió a andar con el capote en una mano y la muleta en la otra, no se me olvida, los mandé hacer adecuados a su tamaño, como si fueran de juguete, para que se fuese familiarizando con ellos.
Aprendimos juntos a caminar, él con la muleta de torerillo y yo con la muleta de cojo, ironías de la vida.
Le enseñé a amar al toro desde bien pequeño, a no tenerle miedo, su madre se enfadaba conmigo porque decía que ya habíamos tenido bastantes disgustos, pero lo decía con la boca pequeña, de sobra sabía ella que jamás podría apartarme de este mundo, por mis venas corre más sangre de torero que de hombre.
Y lo mismo le pasó al niño, se ve que estas cosas se heredan, como el color de losojos o el tono del pelo.
 Le vi crecer y con él crecía yo. Cada vez podía llevar un capote más grande, una muleta más recia, más de hombre.
La mía nunca cambió de tamaño, terminamos siendo uno sólo, la muleta, la cojera y yo, inseparables.
Al toro, todo menos rencor, se lo dije mil veces. Le enseñé a mirarlo de frente, a apreciar la nobleza de sus rasgos, la bravura de su raza, y el poderío del animal que sale al ruedo a morir, porque para eso ha nacido.
Al toro, mucho respeto, eso sí, y de pena nada, es un duelo, hombre y animal frente a frente, a matar o a morir, pero limpiamente, él lleva sus armas y tú las tuyas.
“El niño” viste hoy de plata y oro, ha sido su gusto, yo no le impuse nada. Le veo desde el burladero, su madre reza en la casa, otra vez, hacía ya años que no rezaba y hoy ha vuelto a empezar.
El paseíllo me pone los vellos de punta, ahí va él, a comerse el mundo, a ganarse a la gente, a querer al toro, que para eso lo mamó nada más nacer.
Los clarines me hacen recordar otra tarde, ese mismo plata y oro. Fuera la memoria, ahora se trata “del niño”, ya lo hemos dicho, todo menos rencor.
“Va por ti, padre”, me dice desde la arena, y yo aprieto mucho los dientes para que no se me note la emoción. Tira la montera, no la mira, yo tampoco.
El primero de la tarde, negro y zahíno, le recibe a puerta gayola, como un valiente, sí señor.
Y empiezan los pases, ese es mi “niño”. El público aplaude y hacen elogios a su arte, ganas me dan de gritar que yo soy su padre, pero me callo, sólo los de la cuadrilla me conocen, y no me pierden de vista, saben lo importante que es esta tarde para mí.
La faena está saliendo redonda, el toro también se comporta, buena ganadería, lo que yo digo, hay que hacer buena pareja, toro y torero de la misma calidad, para estar equilibrados.
Cambia el tercio, se ve que las oraciones de la madre hacen efecto, pero no hay que confiarse, a veces Dios mira para otro lado, tendrá tanto qué hacer...
“El niño” lo borda, el público le ovaciona, yo suelto la muleta para aplaudir a rabiar aunque me caiga al suelo, maldita sea.
De pronto la gente grita, se ponen en pie, no sé lo que ha pasado, me huele a sangre, ¡Dios mío, que sea del toro!
El traje plata y oro se tiñe de rojo, pero “el niño” sigue en pie, no dejes de rezar, mujer. ¡Qué ganas tengo de que acabe todo!
Recuerdo mis propias palabras, fuera el miedo, pero es que este es un miedo distinto, nunca lo sentí tan clavado dentro, ni cuando era yo el que estaba frente al toro, este miedo es diferente.
¡Muy bien matado, hijo mío! ¡Hasta el puño, a la primera! Y la gente le ovaciona, y yo no puedo más y digo “¡Es mi hijo, ese es mi hijo!”. Algunos me miran para la pierna y recuerdan el cartel de la corrida “El niño del cojo”, pero yo sigo a lo mío, ya no sujeto las lágrimas, me da lo mismo, “¡Es mi hijo, es el mejor!”
Le dan la vuelta al ruedo, le tiran flores, no paran de aplaudir. Al pasar por mi lado se baja de los hombros del compañero y me viene a abrazar fuerte, muy fuerte, yo disimulo, que no se me note la emoción, sólo la alegría.

Hoy es su tarde, su tarde de sol, de triunfo, de salir a hombros por la puerta grande, tengo que olvidar la mía, aquella maldita tarde de sombra en la que salí por la puerta de la enfermería y volví a casa sin pierna, con pena, pero sin rencor, ya lo dije.

Triunfa hijo mío, al fin y al cabo, la vida no es más que eso, pena y alegría, sol y sombra.



DEDYLE 25 de noviembre de 2011
Una caña de bambú para el más tonto
Anónimo hindú

Existía un próspero reino en el norte de la India. Su monarca había alcanzado ya una edad avanzada. Un día hizo llamar a un yogui que vivía dedicado a la meditación profunda en el bosque y dijo:
-Hombre piadoso, tu rey quiere que tomes esta caña de bambú y que recorras todo el reino con ella. Te diré lo que debes hacer. Viajarás sin descanso de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y de aldea en aldea. Cuando encuentres a una persona que consideres la más tonta, deberás entregarle esta caña.
-Aunque no reconozca otro rey que mi verdadero yo interior, señor, habré de hacer lo que me dices por complacerte. Me pondré en camino enseguida.
El yogui cogió la caña que le había dado el monarca y partió raudo. Viajó sin descanso, llegando sus pies a todos los caminos de la India. Recorrió muchos lugares y conoció muchas personas, pero no halló ningún ser humano al que considerase el más tonto. Transcurrieron algunos meses y volvió hasta el palacio del rey. Tuvo noticias de que el monarca había enfermado de gravedad y corrió hasta sus aposentos. Los médicos le explicaron al yogui que el rey estaba en la antesala de la muerte y se esperaba un fatal desenlace en minutos. El yogui se aproximó al lecho del moribundo.
Con voz quebrada pero audible, el monarca se lamentaba:
-¡Qué desafortunado soy, qué desafortunado! Toda mi vida acumulando enormes riquezas y, ¿qué haré ahora para llevarlas conmigo? ¡No quiero dejarlas, no quiero dejarlas!

El yogui entregó la caña de bambú al rey.
FIN

 
DEDYLE 2 de diciembre de 2011


Instrucciones para subir una escalera

   
        Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situá un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de transladar de una planta baja a un primer piso.
        Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
            Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.


Julio Cortázar

DEDYLE 9 de diciembre de 2011
   
Orfeo y Eurídice
Orfeo estaba desposado con la Ninfa Eurídice, de la que estaba profundamente enamorado.
Un día que ella estaba paseando por la orilla de un río, se encontró con el pastor Aristeo. Cautivado por su belleza, Aristeo se enamoró de ella y la persiguió por el campo.
Eurídice trató de escapar, pero mientras corría tropezó con una serpiente, que la mordió con su letal veneno. Abatido por su pérdida, Orfeo decidió viajar a los infiernos (de los que ningún mortal habría retornado jamás), para lograr que le fuera devuelta su esposa.
A Perséfone (Proserpina), reina del mundo subterráneo, le conmovió tanto su pena, que accedió a su petición a cambio de que no mirarse a Eurídice en el camino de vuelta a la luz. Pero a medida que se acercba el final de su viaje, Orfeo, no pudo evitar mirar hacia atrás para comprobar que su amada seguía junto a él. Al mirar se desvaneció ante sus ojos y la perdió para siempre. Orfeo nunca se recuperó y vivió con ese sufrimiento el resto de sus días.


 
DEDYLE 16 de diciembre de 2011
El señor del turrón
 (Basado en una leyenda de Jijona)
Vivía en el señorío de Jijona un joven caballero al que sus padres habían prometido, desde el día que había nacido, con la hija del rey de Escandinavia. Cuando le llegó la edad de casarse, viajó a Escandinavia y conoció a Sigrid, la hermosa muchacha que tenía que convertir­se en su esposa.
—Amada mía —le preguntó una noche el  señor de Jijona a Sigrid—, ¿echarás algo de menos cuando vengas a mi castillo?
—Sólo la belleza de los campos cubiertos le nieve —respondió Sigrid—, estas estén- siones blancas hasta donde llega la vista.
Sigrid y el señor de Jijona se casaron y viajaron al castillo de éste. Era primavera, y los campos de Jijona se mostraban verdes, llenos de vida, de trigo rebosante de fruto, de naranjos brillantes bajo el sol... Contem­plar los campos de Jijona era todo un espec­táculo, hermoso y vivo como ningún otro, pero cada vez que Sigrid se asomaba por la ventana del castillo, la congoja se apoderaba de su corazón. ¡Cómo echaba de menos los campos cubiertos de nieve, las extensiones blancas hasta donde llegaba la vista
Un día, Sigrid decidió escapar para volver a casa de su padre, el rey de Escandinavia. Cruzó los verdes trigales, los campos de na­ranjos cargados de naranjos, y se adentró en un campo lleno de almendros en flor. Qué sorpresa se llevó al ver que de las ramas de los árboles llovían flores blancas, tan blancas como la nieve, y que cubrían el suelo como en su hogar. Muy feliz, Sigrid se acostó en el suelo, sobre un manto de flores de almen­dro, y se quedó dormida.
Cuando el señor de Jijona la encontró, Si­grid le contó lo mucho que le gustaban aque­llos campos nevados de flores. Entonces el señor ordenó que los campesinos arrancasen los trigales y naranjos, y que plantasen almen­dros por doquier. Así en primavera habría ex­tensiones blancas hasta donde llegase la vista y Sigrid no estaría triste nunca más.
Cuando llegó el momento de la cosecha, los campesinos se quejaron de que no tenían trigo para hacer pan; sólo tenían almendras. El señor ordenó a los panaderos que prepa­rasen la masa del pan con almendras y miel, y los panaderos así lo hicieron: y le presen­taron a su señor una barra hecha con miel y almendras, huevo y azúcar, dulce como el amor y sabrosa como un día de primavera. El señor de Jijona y Sigrid lo probaron, y les gustó tanto que decidieron que, a partir de entonces, Jijona sería famosa por aquel nue­vo pan... al que llamaron turrón.
Ahora somos nosotros los que disfruta­mos por Navidad del delicioso turrón, el postre preferido de mucha gente para las fiestas navideñas.
Cuentos de Navidad,
Edición de Carles Muñoz Miralles

DEDYLE 13 de enero de 2012

ROSA MONTERO

 El negro

Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.
Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".

http://www.elpais.com/articulo/ultima/negro/elpepiult/20050517elpepiult_2/Tes

                                                                                                                              (Jueves, 12/1/2012)

DEDYLE 20 de enero de 2012
La almohada mágica
Cuento coreano
A orillas DE UN CAMINO QUE serpenteaba entre unas aldeas pobres de los montes Nanguim hubo una posada a la que un día llegó un anciano sacerdote. Vestía una túnica larga hasta los pies y llevaba a la es­palda unas pesadas alforjas. Cuando entró en el recinto dejó su carga en el suelo, sacó una esterilla y la tendió para sentarse a descansar. Al cabo de un rato llegó al mismo sitio un joven labrador de los alrededores, que como era costumbre entre los campesinos llevaba un humilde traje corto.
El sacerdote y el labrador se pusieron a conversar, pero el chico sen­tía vergüenza porque sus ropas se veían toscas al lado de la túnica del monje. Su incomodidad fue creciendo hasta que no pudo más y le dijo al sacerdote que se sentía muy miserable por ir vestido de manera tan burda.
El sacerdote no entendió que durante una conversación tan agradable salieran a cuento cosas tan tristes, así que le dijo al muchacho que no te­nía motivos para sentirse miserable, pues gozaba de buena salud y no le faltaba alimento.
Pero el chico siguió con sus quejas; dijo que trabajaba de sol a sol y que aún así nunca tenía suficiente dinero para darse algún gusto. Cuando el sacerdote le preguntó qué querría ser, el muchacho le contestó que un general vencedor de batallas, o un cortesano del rey, o simplemente un hombre rico. De ese modo podría comer y beber a sus anchas, y dispo­ner de tiempo libre para entregarse a los placeres del cuerpo y del alma. Pero siendo un pobre labrador, concluyó, todas esas maravillas le estaban negadas.
La conversación terminó y el joven empezó a sentir sueño. Entonces el sacerdote sacó de sus alforjas un extraño objeto que llevaba y se lo ofreció. Era una almohada de porcelana, redonda como un tubo y abierta por los dos extremos. El anciano dijo que si apoyaba la cabeza en ella vería cumplidos todos sus deseos. El joven así lo hizo y a los pocos se­gundos empezó a soñar.
Una de las aberturas de la almohada era tan amplia y luminosa que el joven se metió por allí, y tras dar unos pasos se encontró en una casa grande y llena de lujos donde habitó desde entonces como amo y señor. Ganaba tanto dinero con la renta de sus propiedades que podía dedicar todo el tiempo a estudiar, a escuchar música, a beber y a comer manjares exquisitos. No le costó ningún trabajo escoger a la doncella más hermo­sa para casarse con ella.
Pasado un tiempo fue nombrado magistrado, y al año siguiente ocu­pó el cargo de primer ministro y se hizo merecedor de la confianza del emperador. Pero un día lo acusaron de traición, sometido ajuicio y con­denado a muerte. Lo llevaron junto a los más crueles criminales al lugar de la ejecución y, estando allí de rodillas, vio venir al verdugo que le cor­taría la cabeza.
Pero cuando sintió el golpe del filo sobre su nuca el aterrado joven despertó. Abrió los ojos y descubrió con alivio que estaba en la posada, al lado del sacerdote y llevando sus humildes ropas de labrador. Entonces se puso en pie y con una reverencia se despidió del anciano.
Camino de su trabajo, la vida de campesino ya no le pareció tan mi­serable. Esa noche había comprendido lo que significaba en realidad ser un hombre grande.