miércoles, 15 de septiembre de 2010

DEDYLE CURSO 2010-11

DEDYLE 17 de septiembre de 2010

Después del almuerzo yo hubiera querido quedarme en mi cuarto leyendo, pero papá y mamá vinieron casi en seguida a decirme que esa tarde tenía que llevarlo de paseo.
Lo primero que contesté fue que no, que lo llevara otro, que por favor me dejaran estudiar en mi cuarto. Iba a decirles otras cosas, explicarles por qué no me gustaba tener que salir con él, pero papá dio un paso adelante y se puso a mirarme en esa forma que no puedo resistir, me clava los ojos y yo siento que se me van entrando cada vez más hondo en la cara, hasta que estoy a punto de gritar y tengo que darme vuelta y contestar que sí, que claro, en seguida. Mamá en esos casos no dice nada y no me mira, pero se queda un poco atrás con las dos manos juntas, y yo le veo el pelo gris que le cae sobre la frente y tengo que darme vuelta y contestar que sí, que claro, en seguida. Entonces se fueron sin decir nada más y yo empecé a vestirme, con el único consuelo de que iba a estrenar unos zapatos amarillos que brillaban y brillaban […]

Después del almuerzo, Julio Cortázar


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DEDYLE 24 de septiembre de 2010

Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.


Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio […]


Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad […]


Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura […]


La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó…


La noche de los feos, Mario Benedetti
(Adaptación)

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DEDYLE 1 de octubre de 2010

El tren había recorrido sólo pocos kilómetros […] cuando vi por la ventanilla, en un paso a nivel, a una muchacha. Fue una casualidad, podía haber mirado tantas otras cosas y en cambio mi mirada cayó sobre ella, que no era hermosa ni tenía nada de extraordinario. ¡Quién sabe por qué había reparado en ella! Era evidente que estaba apoyada en la barrera para disfrutar de la vista de nuestro tren […] Pero cuando el tren pasó frente a la muchacha, en vez de mirar en nuestra dirección se dio la vuelta para atender a un hombre que llegaba corriendo y le gritaba algo que nosotros, naturalmente, no pudimos oír, como si acudiera a prevenirla de un peligro.
Solamente fue un instante: la escena voló, quedó atrás, y yo me quedé preguntándome qué preocupación le había traído aquel hombre a la muchacha, que había venido a contemplarnos…

Algo había sucedido, Dino Buzzati

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DEDYLE 8 de octubre de 2010

El suicida

Enrique Anderson Imbert

            Al pie de la Biblia abierta -donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo- alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.
Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.
¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revolver contra la sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.
Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien.
Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban su lisitud como el agua después que le pescan el pez.
Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.
Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.

DEDYLE 15 de octubre de 2010

El dedo
Feng Meng-lung
Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.

-¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.

-¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.

FIN


DEDYLE 22 de octubre de 2010

LOS GNOMOS DE COVA DA SERPE


Según cuentan las antiguas leyendas gallegas, cuando la Serra da Cova da Serpe, en la región de la Coruña, se cubre de nieve, los lobos, arrojados de sus cubiles por el hambre y el frío, bajan en manadas por los faldeos, y más de una vez se los ha oído aullar en coros pavorosos […]. Pero no son precisamente los lobos los merodeadores más terribles de la Cova da Serpe; en sus riscos superiores, en sus cimas desoladas y sus cuevas interminables, pululan unos espíritus diabólicos […] Entre estos espíritus diabólicos que, arrojados de los llanos y los lugares poblados por los exorcismos de la Iglesia, se refugiaron en las cuevas más altas, los hay de diversas familias y, como tales, se aparecen ante nosotros con formas y tamaños diferentes. Sin embargo, los más detestables y malévolos de todos ellos, los que se insinúan con frases seductoras, conquistando el corazón de las jóvenes son, sin duda alguna, los gnomos. Estas pérfidas criaturas viven en las entrañas de los montes, conocen a la perfección sus cuevas y senderos interiores, y cuidan celosamente los tesoros que las rocas encierran en su seno […]

Según cuenta un antiguo relato de esta región de la Serra da Cova da Serpe un joven pastor, tratando de recuperar a una de sus ovejas extraviadas, penetró en uno de esos antros, horrorosos y magníficos a la vez […] Cuando ingresó a la cueva, el pastor era un hombre joven, garboso y atezado, pero cuando regresó del interior de la montaña, su rostro se encontraba pálido como la muerte y su cabello había encanecido como el de un anciano. Había descubierto el secreto de los gnomos; había respirado la fétida y ponzoñosa atmósfera de sus cubiles, y pagó su atrevimiento con un envejecimiento prematuro. Pero en lo que le quedó de vida pudo referir a quien quisiera escucharlo lo que había visto, y su historia fue transmitida de padres a hijos desde incontables generaciones…

 

 Cuentos de hadas celtas,
Roberto C. Rosaspini Reynolds

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DEDYLE 29 de octubre de 2010
Sefton se apartó del cuadro.
-Ahora descanse- dijo
Su modelo, la señora Rose Rose, se echó por encima una manta rayada, bajó la tarima y cruzó el estudio.
Era hermosa de la cabeza a los pies. Cualquier pose que adoptara resultaba elegante […] Su rostro tenía exactamente la expresión que él necesitaba para el cuadro que estaba pintando […] Pero si bien era la modelo que más cobraba por sus sesiones, no siempre era puntual en acudir al trabajo […]

- Señorita Rose, ¿podría esta aquí mañana a las nueve en punto?        -preguntó Sefton a su modelo cuando salió de detrás del biombo.
- Mejor a las nueve y cuarto- replicó Rose.
- Bueno… de acuerdo- accedió Sefton de mala gana […]
- No tiene por qué preocuparse- dijo la señorita Rose con impaciencia- Estaré a las nueve y cuarto, pase lo que pase. ¡Incluso muerta! […]
         Pese a la promesa de la señorita Rose, el señor Sefton no se quedó muy convencido.

         Poco antes de las nueve, Sefton descubrió que se había quedado sin cigarrillos. Todavía tenía tiempo de acercarse a la tienda de la esquina […]
         Al regresar se encontró con que la modelo se encontraba esperándolo […]
         Sefton trabajó seguido  más de una hora antes de caer en la cuenta de que Rose Rose debía hacer una pausa.
-         Hagamos un descanso, señorita Rose –dijo Sefton alegremente.

En ese instante sintió el roce inconfundible de unos dedos humanos en la nuca. Se volvió con un súbito sobresalto. No había nadie detrás y Rose Rose había desaparecido…
        
Rose Rose, Barry Pain
(Relatos de fantasmas, Steven Zorn)

DEDYLE 5 de noviembre de 2010

Así pues, me quedé solo. Me rodeaban las tinieblas del mes de noviembre mezcladas con torbellinos de nieve que había cubierto la casa; la chimenea aullaba. Yo había pasado los veinticuatro años de mi vida en una gran ciudad y pensaba que la tormenta aullaba solamente en las novelas […]

Soñaba con la ciudad del distrito, que se encontraba a cuarenta verstas de distancia. Tenía grandes deseos de escaparme de mi hospital para ir allí. Allí había electricidad, cuatro médicos a quienes podía consultar, y en todo caso no era tan terrible. Pero no había posibilidad alguna de escapar y, por momentos, yo mismo comprendía que aquello no era más que cobardía. Después de todo, justamente para eso había estudiado en la facultad de medicina...

“... ¿Y si trajeran a una mujer con complicaciones de parto? ¿O, supongamos, a un enfermo con la hernia estrangulada? ¿Qué haría yo en ese caso? Aconséjenme, por favor. Hace cuarenta y ocho días que terminé la facultad con sobresaliente, pero el sobresaliente es una cosa y la hernia otra. En una ocasión vi cómo un profesor realizaba una operación de hernia estrangulada. Él operaba y yo estaba sentado en el anfiteatro. Eso fue todo..."
Cada vez que pensaba en la hernia, un escalofrío me recorría la columna vertebral […]

Me quedé dormido; recuerdo perfectamente esa noche, la del 29 de noviembre. Me despertó un estruendo en la puerta. Cinco minutos más tarde, mientras me ponía los pantalones, no lograba apartar mis ojos implorantes de los divinos libros de cirugía práctica. Oí el crujir de los patines de un trineo en el patio: mis oídos se habían vuelto extremadamente sensibles. Resultó, quizá, algo peor aún que una hernia o que la posición transversal de un bebé: al hospital de Nikólskoie, a las once de la noche, trajeron a una niña. La enfermera dijo con voz sorda:
-Es una niña débil, se está muriendo... Doctor, venga al hospital...
La garganta de acero, Mijaíl Bulgákov


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DEDYLE 12 de noviembre de 2010


Durante tres horas largas hice todas aquellas operaciones que denotan la impaciencia en que se sumerge un alma: consulté el reloj, le di cuerda, volví a consultarlo, le di cuerda nuevamente, […] sacudí unas motitas que aparecían en mi traje; sacudí otras del fieltro de mi sombrero; revisé dieciocho veces todos los papeles de mi cartera, […] leí tres periódicos sin enterarme de nada de lo que decían; medité; alejé las meditaciones; volví a meditar; rectifiqué las arrugas de mi pantalón e hice caricias a un perro, propiedad del parroquiano que estaba a la derecha.

         ¡Oh! Había una razón que justificaba todo aquello. Mi amada desconocida iba a llegar de un momento a otro. Nos adorábamos por carta desde la primavera anterior […]
A fuerza de entenderme con ella sólo por correo había llegado a temer que nunca podría hablarla. Sabía por varios retratos que era hermosa y distinguida como la protagonista de un cuento […]

Un taxi se detuvo a la puerta del café. Ágilmente bajó de él Gelda. Entró, llegó junto a mí, me tendió sus dos manos a un tiempo con una sonrisa celestial y se dejó caer en el diván con un “chic” indiscutible.
Pidió no recuerdo qué cosa y me habló de nuestros amores epistolares, de lo feliz que pensaba ser ahora, de lo que me amaba...
-También yo te quiero con toda mi alma.
-¿Qué dices? -me preguntó.
-Que yo te quiero también con toda mi alma.
-¿Qué?
Vi la horrible verdad. Gelda era sorda…

El amor que no podía ocultarse, Enrique Jardiel Poncela

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DEDYLE 19 de noviembre de 2010

El cocinero del arzobispo

En los buenos tiempos antiguos, cuando estaba poderoso y boyante el Arzobispado, hubo en Toledo un Arzobispo tan austero y penitente, que ayunaba muy a menudo y casi siempre comía de vigilia, y más que pescado, semillas y yerbas.
Su cocinero le solía preparar […] un modesto potaje de habichuelas y de garbanzos, con el que se regalaba y deleitaba aquel venerable y herbívoro siervo de Dios, […]
Ocurrió, por desgracia, que el cocinero tuvo una terrible pendencia con el mayordomo […] y el cocinero salió despedido.
Vino otro nuevo a guisar para el señor Arzobispo y tuvo que hacer […] el consabido potaje. Él se esmeró en el guiso, pero el Arzobispo le halló tan detestable, que mandó despedir al cocinero e hizo que el mayordomo tomase otro.
           Ocho o nueve fueron sucesivamente entrando, pero ninguno acertaba a condimentar el potaje […]
Entró, por último, un cocinero más avisado y prudente, y tuvo la buena idea de ir a visitar al primer cocinero y a suplicarle y a pedirle […] que le explicara cómo hacía el potaje de que el Arzobispo gustaba tanto.
                Fue tan generoso el primer cocinero, que le confió con lealtad y laudable franqueza su procedimiento misterioso.
El nuevo cocinero siguió con exactitud las instrucciones de su antecesor, condimentó el potaje e hizo que se le sirvieran al ascético Prelado.
           Apenas éste le probó, paladeándole con delectación morosa, exclamó entusiasmado:

-Gracias sean dadas al Altísimo. Al fin hallamos otro cocinero que hace el potaje tan bien o mejor que el antiguo […]

            El cocinero, pues, dijo al Arzobispo:

-Excelentísimo señor: a pesar del profundísimo respeto que V. E. me inspira, me atrevo a decirle, porque lo creo de mi deber, que el antiguo cocinero lo estaba engañando y que no es justo que incurra yo en la misma falta. No hay en ese potaje garbanzos ni habichuelas. Es una falsificación. En ese potaje hay albondiguitas menudas hechas de jamón y pechugas de pollo, y hay riñoncitos de aves y trozos de criadillas de carnero. Ya ve V. E. que le engañaban.

El Arzobispo miró entonces de hito en hito al cocinero, con sonrisa entre enojada y burlona, y le dijo:

-¡Pues engáñame tú también, majadero!

Juan Valera, Cuentos y chascarrillos andaluces, 1896


DEDYLE 26 de noviembre de 2010

Poquita cosa
  
Anton Chejov

Hace unos días invité a Yulia Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas.
- Siéntese, Yulia Vasilievna -le dije-. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará falta dinero, pero es usted tan ceremoniosa que no lo pedirá por sí misma... Veamos... Nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos por mes...
- En cuarenta...
- No. En treinta... Lo tengo apuntado. Siempre le he pagado a las institutrices treinta rublos... Veamos... Ha estado usted con nosotros dos meses...
- Dos meses y cinco días...
- Dos meses redondos. Lo tengo apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos... Pero hay que descontarle nueve domingos... pues los domingos usted no le ha dado clase a Kolia, sólo ha paseado... más tres días de fiesta...
A Yulia Vasilievna se le encendió el rostro y se puso a tironear el volante de su vestido, pero... ¡ni palabra!
 - Tres días de fiesta... Por consiguiente descontamos doce rublos... Durante cuatro días Kolia estuvo enfermo y no tuvo clases... usted se las dio sólo a Varia... Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y mi esposa le permitió descansar después de la comida... Doce y siete suman diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de... hum... de cuarenta y un rublos... ¿no es cierto?
El ojo izquierdo de Yulia Vasilievna enrojeció y lo vi empañado de humedad. Su mentón se estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero... ¡ni palabra!
- En víspera de Año Nuevo usted rompió una taza de té con platito. Descontamos dos rublos... Claro que la taza vale más... es una reliquia de la familia... pero ¡que Dios la perdone! ¡Hemos perdido tanto ya! Además, debido a su falta de atención, Kolia se subió a un árbol y se desgarró la chaquetita... Le descontamos diez... También por su descuido, la camarera le robó a Varia los botines... Usted es quien debe vigilarlo todo. Usted recibe sueldo... Así que le descontamos cinco más... El diez de enero usted tomó prestados diez rublos.
- No los tomé - musitó Yulia Vasilievna.
-¡Pero si lo tengo apuntado!
- Bueno, sea así, está bien.
- A cuarenta y uno le restamos veintisiete, nos queda un saldo de catorce...
Sus dos ojos se le llenaron de lágrimas...
Sobre la naricita larga, bonita, aparecieron gotas de sudor. ¡Pobre muchacha!
- Sólo una vez tomé -dijo con voz trémula-... le pedí prestados a su esposa tres rublos... Nunca más lo hice...
- ¿Qué me dice? ¡Y yo que no los tenía apuntados! A catorce le restamos tres y nos queda un saldo de once... ¡He aquí su dinero, muchacha! Tres... tres... uno y uno... ¡sírvase!
Y le tendí once rublos... Ella los cogió con dedos temblorosos y se los metió en el bolsillo.
- Merci -murmuró.
Yo pegué un salto y me eché a caminar por el cuarto. No podía contener mi indignación.
- ¿Por qué me da las gracias? -le pregunté.
- Por el dinero.
- ¡Pero si la he desplumado! ¡Demonios! ¡La he asaltado! ¡La he robado! ¿Por qué merci?
- En otros sitios ni siquiera me daban...
- ¿No le daban? ¡Pues no es extraño! Yo he bromeado con usted... le he dado una cruel lección... ¡Le daré sus ochenta rublos enteritos! ¡Ahí están preparados en un sobre para usted! ¿Pero es que se puede ser tan tímida? ¿Por qué no protesta usted? ¿Por qué calla? ¿Es que se puede vivir en este mundo sin mostrar los dientes? ¿Es que se puede ser tan poquita cosa?
Ella sonrió débilmente y en su rostro leí: "¡Se puede!"
Le pedí disculpas por la cruel lección y le entregué, para su gran asombro, los ochenta rublos. Tímidamente balbuceó su merci y salió... La seguí con la mirada y pensé: ¡Qué fácil es en este mundo ser fuerte!


DEDYLE 3 de diciembre de 2010

 LA INSIGNIA
Julio Ramón Ribeyro
[…] Recuerdo aquella tarde en que al pasar por el malecón divisé en un pequeño basural un objeto brillante. Con curiosidad […] me agaché y después de recogerlo lo froté contra la manga […]. Así pude observar que se trataba de una menuda insignia de plata, atravesada por unos signos que en ese momento me parecieron incomprensibles. Me la eché al bolsillo y, sin darle mayor importancia al asunto, regresé a mi casa […] Sólo recuerdo que en una oportunidad lo mandé a lavar y, con gran sorpresa mía, cuando el dependiente me lo devolvió limpio, me entregó una cajita, diciéndome: "Esto debe ser suyo, pues lo he encontrado en su bolsillo".
Era, naturalmente, la insignia y este rescate inesperado me conmovió a tal extremo que decidí usarla.
Aquí empieza realmente el encadenamiento de sucesos extraños que me acontecieron. Lo primero fue un incidente que tuve en una librería de viejo. Me hallaba repasando añejas encuadernaciones cuando el patrón, que desde hacía rato me observaba desde el ángulo más oscuro de su librería, se me acercó y, con un tono de complicidad, entre guiños y muecas convencionales, me dijo: "Aquí tenemos libros de Feifer". Yo lo quedé mirando intrigado porque no había preguntado por dicho autor, el cual […] me era enteramente desconocido. Y acto seguido añadió: “Debe usted saber que lo mataron. Sí, lo mataron de un bastonazo en la estación de Praga". Y dicho esto se retiró hacia el ángulo de donde había surgido y permaneció en el más profundo silencio […]

Durante algún tiempo estuve razonando sobre el significado de dicho incidente, pero como no pude solucionarlo acabé por olvidarme de él. Mas, pronto, un nuevo acontecimiento me alarmó sobremanera. Caminaba por una plaza de los suburbios cuando un hombre menudo, de faz hepática y angulosa, me abordó intempestivamente y antes de que yo pudiera reaccionar, me dejó una tarjeta entre las manos, desapareciendo sin pronunciar palabra. La tarjeta, en cartulina blanca, sólo tenía una dirección y una cita que rezaba: SEGUNDA SESIÓN: MARTES 4



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DEDYLE 10 de diciembre de 2010

El agua, el viento y la verdad

Oí decir que el agua, el viento y la verdad hicieron una hermandad; y la verdad y el agua preguntaron al viento y dijeronle así:
—Amigo, tú eres muy sutil y vas muy rápidamente a todas las partes del mundo, y por lo tanto nos conviene saber dónde te hallaremos cuando te necesitemos.
—Me encontraréis en las cañadas que están entre las sierras, y si no me encontráis, id a un árbol al que llaman álamo temblón; allí me encontraréis, pues nunca me voy de allí.
Y la verdad y el viento preguntaron al agua que dónde la hallarían cuando la necesitaran.
—Me encontraréis en las fuentes, y si no, buscadme en los juncos verdes, ¡Mirad allí, pues ahí me encontraréis con seguridad!
Y el agua y el viento preguntaron a la verdad y dijeron:
—Amiga, cuando te necesitemos, ¿dónde te encontraremos?
Y la verdad les respondió y dijo así:
—Amigos, mientras me tengáis entre manos guardadme bien para que no me escape, pues si de vuestras manos salgo una vez, nunca jamás me podréis encontrar; pues soy de tal naturaleza que aborrezco a quien una vez me abandona, pues pienso que el que una vez me
desprecia no es digno de tenerme.

«Libro del caballero Zifar», en Cuentos de la Edad Media
Castalia

DEDYLE 17 de diciembre de 2010

 
Diciembre
Irene Díez Lloris

         Si le preguntan, él dirá que diciembre fue un mes hecho para la Soledad. Ésta necesita 31 días hechos a su medida y apareció el duodécimo mes del año. Tino piensa, que de no ser por su cumpleaños, ese mes desaparecería de su calendario. Es de ser idiotas, dice, eso de adorar el mes de diciembre como si se tratase de una especie de pequeño ídolo pagano […] No entiende por qué la gente no señala las lluvias de abril en el calendario, ni las nieves de febrero, ni el sol de junio, ni las noches brillantes de agosto. Por qué disfrutan tanto de las luces  de las calles, de los duros turrones y los dulzones mazapanes. No es capaz de comprender con su cabeza ya calva que hay meses que necesitan de la compañía de las personas […] Así que el día en que ellos dos se cruzaron en el ascensor, ella cargada con las bolsas de la compra, marisco, tres o cuatro botellas de champán barato, y dulces de toda clase, él ni siquiera se molestó en ayudarla. ¿Cómo hacerlo? La chica guapa del segundo piso no comprendía ni por asomo que diciembre era un mes diseñado específicamente para torturar a aquellos que no pasaban las navidades entre alcohol y villancicos desafinados…


Contamos la navidad, VV.AA.

DEDYLE 14 de enero de 2011
 

La flor del mal
Beatriz Berrocal
Me llamo Sanjana, y el pecado que cometí fue nacer mujer y venir al mundo en un poblado del sur de la India.
Mi nombre, que significa “amor”, fue presagio de aquello a lo que no iba a tener derecho, aunque todo el que no recibí, lo guardé para dar.

En la India, […] lo único que se tiene por ser mujer, son obligaciones, […] simplemente la obligación de acatar la voluntad de los  demás: cuando se es soltera, la del  padre y después la del marido, ese marido que eligen para ti casi nada más nacer y al que no conoces hasta el día de la boda.
El que eligieron para mí era un buen hombre, campesino de Adpalayam, cuarenta años mayor  que yo, y con el  que me fui  a vivir el  mismo día que nos casamos […]

En el sur de la India, que es donde siempre viví, cuando nace una hija es como si hubiese ocurrido una desgracia.  Es  una zona en la que antiguamente hubo muchas guerras  para las  que hacían falta soldados, y cada mujer que nacía,  era un soldado menos para el futuro. Además, todo el mundo sabe que las mujeres no tienen derecho a heredar de sus padres, por lo que las posesiones se pierden si no hay hijos varones,  […]
Por todo esto, no hay peor infortunio para unos padres que tener una hija y […],  cuando ocurre esto se toma una determinación drástica,  que es  deshacerse de esa ella.  En el  mejor  de los  casos,  se conserva la primera, ese y no otro es el motivo de que yo viva;  […]
Por eso, cuando una madre quiere poner fin a la vida de su hija, corta unas adelfas, le da a su hija un beso y vierte en su boca unas cuantas gotas de la savia blanca de esta planta. En unas horas, el corazón de la pequeña habrá dejado de latir […] 

Cuando supe que estaba embarazada por segunda vez, no tuve la menor duda de que era otra hija lo que llevaba dentro […]

Mi marido me advirtió que iba a estar unos días fuera de la casa y que a su regreso quería que todo estuviese “solucionado”.

 Por la mañana, mi suegra dejó sobre la mesa un ramo de adelfas recién cortadas…

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DEDYLE 21 de enero de 2011

Cuento de horror
Marco Denevi

La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo:

-Thaddeus, voy a matarte.

-Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz.

-¿Cuándo he bromeado yo?

-Nunca, es verdad.

-¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?

-¿Y cómo me matarás? -siguió riendo Thaddeus Smithson.

-Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.

El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sisema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.

FIN


DEDYLE 4 de febrero de 2011

Le expulsan de una clase de

 informática por copiar y pegar

Publicado el 18 de Noviembre de 2010 por Xavi Puig

Rosendo Marín, jubilado almeriense de 67 años, fue invitado a abandonar ayer el aula de informática a la que acudía por las tardes al acusársele de copiar y pegar. “Al empezar el curso ya alardeó de que tenía algunas nociones básicas. Pero luego se comprobó que no era así. Tardó dos horas en escribir un e-mail de dos frases y, al terminar, le arrojó el monitor a un compañero para que lo leyese en vez de darle al botón de enviar. La pantalla era de tubo. Hubo fracturas”, explica el profesor.
La gota que colmó el vaso fue la bofetada que el anciano le propinó a la alumna que se sentaba a su lado. “Le copiaba los apuntes y, cuando la otra se quejaba, recibía un guantazo. Él dice que practicaba lo de copiar y pegar, pero es inadmisible”, insiste el profesor. La propia esposa de Rosendo Marín advierte que, tras 50 años de matrimonio, aún no sabe si su marido “es tonto o se lo hace”.
Los esfuerzos de Marín se centran ahora en que le permitan reiniciar las clases: “Entiendo que es un problema ir más avanzado que los demás. Prometo no adelantarme en el Windows, ir al ritmo de todos”, afirma. Su profesor explica que los conflictos tienen que ver con el hecho de que Rosendo “es incapaz de entender la diferencia entre lo real y lo virtual. A la hora de pasar un texto escrito a mano al ordenador, por ejemplo, se empeña en introducir el papel arrugado dentro de la máquina esperando que aparezca luego en el monitor. Se cree que todo lo de Internet la gente lo ha metido a través de la rendija de ventilación. De ahí no le sacas”.
Los momentos de más tensión en el aula se vivieron cuando el alumno, una vez expulsado, pretendió llevarse a casa el ordenador en el que había estado trabajando alegando que en el mismo sistema había un icono que indicaba “que es mi PC”.



DEDYLE 10 de febrero de 2011


POEMA XX
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

       Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

       En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

       Ella me quiso, a veces yo también la quería.
¡Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos!

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

       Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

¡Qué importa que mi amor no pudiera guardarla!
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Yo no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise..
Mi voz buscaba al viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

        Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.


Veinte poemas de amor y una canción desesperada,
Pablo Neruda, poeta chileno (1904-1973)



ENCONTRARÁS EL LIBRO COMPLETO EN LA BIBLIOTECA VIRTUAL, DENTRO DE LA SECCIÓN DE POESÍA.






DEDYLE 18 de febrero de 2011


Los sueños y el pan

Había una vez tres viajeros que se encontraron en una larga y agotadora caminata a través del desierto. Decidieron compartir sus recursos para hacer el viaje más llevadero pero, después de muchos días de continuar su marcha, se dieron cuenta de que apenas les quedaba un trozo de pan y un trago de agua en el recipiente de cuero.

Comenzaron a discutir acerca de quién se quedaría con todo el alimento pero no pudieron llegar a un acuerdo. Como ya anochecía, uno de ellos sugirió finalmente que deberían dormir. Cuando despertaran, aquel que hubiese tenido el sueño más notable decidiría qué hacer.

A la mañana siguiente, los tres se levantaron con los primeros rayos del sol.

— En mi sueño — dijo el primero —, fui llevado a lugares maravillosos, de una increíble serenidad. Entonces me encontré con un hombre sabio que me dijo: “Tú mereces el alimento porque tu vida pasada y futura es meritoria y digna de respeto.”
— ¡Qué extraño! — exclamó el segundo —. Porque en mi sueño vi toda mi vida futura. Y en mi futuro apareció un hombre de gran conocimiento que me dijo: “Tú mereces el pan y el agua más que tus amigos, ya que eres erudito y paciente. Debes alimentarte bien porque estás destinado a realizar grandes hazañas”.

El tercer viajero dijo:
—En mi sueño no vi, ni oí, ni dije nada. Sentí una apremiante y misteriosa presencia que me forzó a levantarme, a buscar el pan y el agua, y a ingerirlos en ese mismo momento. Y eso es lo que hice.

Cuento de la tradición sufí


DEDYLE 25 de febrero de 2011

Testamento de miércoles
Mario Benedetti
Aclaro que éste no es un testamento
de esos que se usan como colofón de vida
es un testamento mucho más sencillo
tan solo para el fin de la jornada

o sea que lego para mañana jueves
las preocupaciones que me legara el martes
levemente alteradas por dos digestiones
las usuales noticias del cono sur
y la nube de mosquitos casi vampiros

lego mis catorce estornudos del mediodía
una carta a mi mujer en la que falta la posdata
el final de una novela que a duras penas leo
las siete sonrisas de cinco muchachas
ya que hubo una que me brindó tres
y el ceño fruncido de un señor
que no conozco ni aspiro a conocer

lego un colorido ajedrez moscovita
una computadora japonesa sin pilas
y la buena radio en que está sonando
el español grisáceo de la bibicí
ah la olivetti y el cepillo de dientes
no los lego porsiaca
lego tropos y metáforas de uso privado
que modestamente acuñe en la tarde
por ejemplo el astillero en que reparo mis sueños
el pájaro aleatorio que surge del crepúsculo
la cortina de lluvia que miro y no descorro
lego un remordimiento porque es aleccionante
y un poco de tristeza por que es inevitable
también mi soledad con la ilusión
de que el jueves resuelva no admitirla
y me sancione con presencias varias

lego los crujidos de mis viejas bisagras
también una tajada de mi sombra
no toda por que un hombre sin su sombra
no merece el respeto de la gente

lego el pescuezo recién lavado
como para un jueves de guillotina
una maceta con hierbabuena
y otra con un bionato que me hastía
ya que esta cargante convolvulácea
me está invadiendo el cuarto con sus hojas

lego los suburbios de una idea
un tríptico de espejos que me agrade
el mar allá al alcance de la mano
mis cóleras por orden alfabético
y un breve y curioso estado de ánimo
que todavía no se si es inocencia
o estupidez malsana
o alegría

sólo ahora lo advierto
en paredes y anaqueles y venas
en glándulas y techos y optimismos
me quedan tantas cosas por legar
que mejor las incluyo
en otro testamento
digamos el del viernes

Inventario,
Mario Benedetti (1920-2009)

DEDYLE 4 de marzo de 2011

La Primera y la Segunda
Giovanni Papini


Había amado a la Primera y ya no la amaba. Había empezado a amar a la Segunda, y la Primera seguía amándome. Historia corriente y estúpida. ¿Quién podía pensar que tuviera que acabar tan misteriosamente? Yo mismo, el culpable, no consigo todavía explicarme el inesperado desarrollo del sencillísimo tema.

Ni siquiera recuerdo cómo empecé a amar a la Primera […] No era alta, ni graciosa, ni bella, pero estaba llena de humildad y de ardor. La vi, le hablé, […] y acabé amándola. Ella me amaba ya; acaso me amaba antes de conocerme […] Sentía hacia mí gran admiración, un amor todavía mayor y una devoción mayor todavía.

También yo, durante cierto tiempo, creí que la amaba.

Algún paseo por las siniestras avenidas de cipreses, por las colinas solitarias, […] algún beso apresurado en la oscuridad de la tarde; alguna carta breve e imperativa, le bastaron para ser feliz.

Pero su amor se hizo tan grande que el mío no pudo durar […]

Al cabo de un año escaso comencé a espaciar las visitas, los paseos y las cartas, y como su pasión no disminuía por esto, sino que aumentaba, le escribí finalmente una carta simple, corta y brusca, para decirle que ya no la amaba, que no la amaría nunca más y que dejara de fastidiarme con sus cartas…

ENCONTRARÁS EL CUENTO COMPLETO EN LA BIBLIOTECA VIRTUAL, DENTRO DE LA SECCIÓN DEDYLE.




DEDYLE 11 de marzo de 2011



Un mendigo en el Vaticano

Encontraron a un mendigo harapiento orando en la Capilla Sixtina, la capilla del Papa, decorada con frescos de Miguel Ángel y otros pintores. El Papa notó enseguida la presencia del mendigo y de inmediato manifestó su fastidio:
— ¿Quién es ese hombre que está ahí arrodillado? No lleva la ropa adecuada.

El Papa ordenó al mendigo que abandonara de inmediato la Capilla Sixtina y el hombre tuvo que obedecer.

El mendigo se sintió decepcionado por el rechazo del Papa, pues para él, que era muy devoto, aquello casi equivalía a haber sido excomulgado de la Iglesia Católica. Regresó a la sórdida habitación que ocupaba en un barrio bajo de Roma. Y en la soledad y el silencio de su cuarto se arrodilló para rezar.

De repente, Dios se le apareció en persona. El pobre hombre no daba crédito a sus ojos al ver al Todopoderoso en todo Su esplendor. Dios se dirigió a él amorosamente y le preguntó:
— ¿Cuál es tu problema?»
— Mi problema —le contestó— es que me echaron del Vaticano.
— No te preocupes —le dijo Dios— porque a mí tampoco me dejan entrar.

Cuento de Krishnamurti

DEDYLE 18 de marzo de 2011
¿Para qué adular? 

Un hombre rico y un hombre pobre conversaban:

-Si yo te diera el veinte por ciento de todo el oro que poseo, ¿me adularías? -preguntó el rico.

-El reparto sería demasiado desigual para que tú merecieras mis cumplidos -contestó el pobre.

-¿Y si yo te diera la mitad de mi fortuna?

-Entonces seríamos iguales, ¿con qué fin adularte?

-¿Y si yo te lo diera todo?

-En ese caso, ¡no veo qué necesidad tendría de adularte!

FIN

         Cuento anónimo chino

DEDYLE 25 de marzo de 2011
Los tres hombres ricos

En un lejano país hubo una vez una época de gran pobreza, donde sólo algunos ricos podían vivir sin problemas. Las caravanas de tres de aquellos ricos coincidieron durante un viaje y, juntas, llegaron a una aldea donde la pobreza era extrema. Era tal su situación, que provocó distintas reacciones a cada uno de ellos, y todas muy intensas.
El primer rico no pudo soportar ver aquello, así que tomó todo el oro y las joyas que llevaba en sus carros, que eran muchas, y los repartió entre las gentes del campo. A todos ellos les deseó la mejor de las suertes y partió.
El segundo rico, al ver su desesperada situación, paró con todos sus sirvientes, y quedándose con lo justo para llegar a su destino, entregó a aquellos hombres toda su comida y bebida, pues veía que el dinero de poco les serviría. Se aseguró de que cada uno recibiera su parte y tuviera comida para cierto tiempo, y se despidió.
 
El tercero, al ver aquella pobreza, aceleró y pasó de largo, sin siquiera detenerse. Los otros ricos, mientras iban juntos por el camino, comentaban su poca decencia y su falta de solidaridad. Menos mal que allí habían estado ellos para ayudar a aquellos pobres...
Pero, tres días después, se cruzaron con el tercer rico, que viajaba ahora en la dirección opuesta. Seguía caminando rápido, pero sus carros habían cambiado el oro y las mercancías por aperos de labranza, herramientas y bolsas de distintas semillas y grano, y se dirigía a ayudar a luchar a la aldea contra la pobreza.
 
Cuento anónimo

  DEDYLE 1 de abril de 2011
El emperador de la China

Cuando el emperador Wu Ti murió en su vasto lecho, en lo más profundo del palacio imperial, nadie se dio cuenta. Todos estaban demasiado ocupados en obedecer sus órdenes. El único que lo supo fue Wang Mang, el primer ministro, hombre ambicioso que aspiraba al trono. No dijo nada y ocultó el cadáver.

Transcurrió un año de increíble prosperidad para el imperio. Hasta que, por fin, Wang Mang mostró al pueblo el esqueleto pelado, del difunto emperador.
—¿Veis? —dijo—. Durante un año un muerto se sentó en el trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser el emperador.
El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto como su predecesor y la prosperidad del imperio continuase.
Marco Denevi






 DEDYLE 8 de abril de 2011
¿Dónde está mi cabeza?
Antes de despertar, se ofreció a mi espíritu el horrible caso en forma de angustiosa sospecha, como una tristeza hondísima, farsa cruel de mis endiablados nervios que suelen desmandarse con trágico humorismo. Desperté; no osaba moverme; no tenía valor para reconocerme y pedir a los sentidos la certificación material de lo que ya tenía en mi alma todo el valor del conocimiento... Por fin, más pudo la curiosidad que el terror; alargué mi mano, me toqué, palpé... Imposible exponer mi angustia cuando pasé la mano de un hombro a otro sin tropezar en nada... El espanto me impedía tocar la parte, no diré dolorida, pues no sentía dolor alguno... la parte que aquella increíble mutilación dejaba al descubierto... Por fin, apliqué mis dedos a la vértebra cortada como un troncho de col; palpé los músculos, los tendones, los coágulos de sangre, todo seco, insensible, tendiendo a endurecerse ya, como espesa papilla que al contacto del aire se acartona... Metí el dedo en la tráquea; tosí... lo metí también en el esófago, que funcionó automáticamente queriendo tragármelo... recorrí el circuito de piel de afilado borde... Nada, no cabía dudar ya. El infalible tacto daba fe de aquel horroroso, inaudito hecho. Yo, yo mismo, reconociéndome vivo, pensante, y hasta en perfecto estado de salud física, no tenía cabeza…


Benito Pérez Galdós
 
 DEDYLE 29de abril de 2011



Un marido sin vocación


Un otoño -muchos años atrás-, cuando más olían las rosas y mayor sombra daban las acacias, un microbio muy conocido atacó, rudo y voraz, a Ramón Camomila: la furia matrimonial.

-¡Hay un matrimonio próximo, pollos! -advirtió como saludo a su amigo Manolo Romagoso cuando subían juntos al Casino y toparon con los camaradas más íntimos.

-¿Un matrimonio?

-Un matrimonio, sí -corroboró Ramón.

-¿Tuyo?

-Mío.

-¿Con una muchacha?

-¡Claro! ¿Iba a anunciar mi boda con un cazador furtivo?

-¿Y cuándo ocurrirá la cosa?

-Lo ignoro.

-¿Cómo?

-No conozco aún a la novia. Ahora voy a buscarla...

Y Ramón Camomila salió como una bala a buscar novia por la ciudad.

A las dos horas conoció a Silvia, una chica algo rubia, algo baja, algo gorda, algo sosa, algo rica y algo idiota; […]

Y al año, todos los amigos fuimos a la boda. ¡La boda! ¡Bah!... Una boda como todas las bodas […]


-¡Adiós! ¡Adiós! ¡Vivan los novios! ¡Vivaaan! […]


Para Ramón Camomila, la cosa no había acabado allí... Al contrario: allí daba principio.


Y al subir con su novia al auto fugitivo, vio claro, vio clarísimo: ni amaba a Silvia, ni notaba inclinación ninguna al matrimonio […]


-¡Soy un idiota! -murmuró Ramón-. No valgo para marido, y lo noto cuando ya soy ciudadano casado... […]

Y Ramón añadió para su sayo, alumbrado por una brusca solución:

-Voy a lograr su odio. Voy a obligarla a suplicar un divorcio rápido. Poco valgo si no logro inspirarla asco con cuatro o cinco burradas a cual más disparatada...

Y tal solución tranquilizó mucho a su alma...

 Enrique Jardiel Poncela


DEDYLE 6 de mayo de 2011

Teoría de Dulcinea



En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta. Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de hazañas, embustes y despropósitos.


En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.

        
El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire.


Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca. Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.



Juan José Arreola



DEDYLE 3 de junio de 2011


Un soneto me manda hacer Violante
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.
Yo pensé que no hallara consonante,                 5
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.
Por el primer terceto voy entrando,
y parece que entré con pie derecho,           10
pues fin con este verso le voy dando.
Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.
                                                                                  Lope de Vega
DEDYLE 10 de junio de 2011


PADRE.—¡Mi pequeño Tulio! ¿Puedo hablar un rato contigo?
 NIÑO.—Por supuesto, papá. No puedo oír cosa más grata.
PADRE.—Tu perrito Ruscio, ¿es una bestia o un hombre?
 NIÑO.—Bestia, según creo.
PADRE.—¿Qué tienes tú para ser hombre que no tenga él? Comes, bebes, duermes, caminas, corres, juegas. También él hace todas esas cosas.
NIÑO.—Pero yo soy un hombre.
PADRE.—¿Cómo lo sabes? ¿Qué más tienes tú que el perro? Pero fíjate en la diferencia: él no puede llegara ser hombre. Tú si puedes, si lo quieres.
NIÑO.—¡Por favor, papa! Haz que lo sea cuanto antes.
PADRE.—Así se hará si vas a donde van bestias y vuelven hombres. NIÑO.—Con todo gusto iré, papá; pero ¿dónde está ese lugar? PADRE.—En el ejercicio de las letras: en la escuela.
NIÑO.—Voy sin demora a una cosa de tanta importancia.
 PADRE.—También yo. ¡Isabelita, escucha! Ponle el desayuno en la cesta.

Juan Luis Vives: Diálogos Sobre la educación


 DEDYLE 17 de junio de 2011



INEPTITUD ESENCIAL

Carlos Castillo Quintero

Se sabía amada a plenitud. Su hombre la había colmado de obsequios y halagos dignos de una diosa y era así como se sentía en el momento de hacer su petición:
–Quiero que me des la vida –le dijo sin siquiera mirarlo a los ojos.
–Mi vida la tendrás por siempre –le respondió el enamorado.

–Quiero que me ofrendes tu vida –volvió a decir la mujer.

–Mi vida está a tus pies... –pero no pudo continuar, pues ella con disgusto le explicó que deseaba que se matara en su presencia.
–Si de verdad me amas, harás eso por mí –y al pronunciar estas palabras ya estaba cercana al llanto.
Él se quedó en silencio. La miró y comprobó que era la mujer más hermosa que jamás sus ojos hubiesen contemplado. Su corazón se quebrantó pues aquello que pedía él no podía dárselo. Apenado, dio media vuelta y con paso taciturno penetró en las calles llenas de sombra en donde tomó su forma de vampiro y se dirigió a su castillo, que en lo alto de la montaña le aguardaba más desolado y frío.